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Cuando el cuerpo pide lento: el arte de recuperar la energía sin castigarse

Por Roberto Tuca Hortelano – Columna de Salud Integral en Driadas

 

Hay días en los que el cuerpo se mueve como si fuera de otro. No duele nada en particular… pero nada funciona del todo bien. Uno se despierta, se mira al espejo, y ve una versión propia con menos chispa que de costumbre.

 

La palabra “cansancio” queda corta. Es otra cosa.

Un agotamiento que no se explica con horas de sueño ni con estrés laboral.

Un cansancio más profundo, casi existencial, que se instala como un huésped silencioso.

 

Y acá aparece la primera verdad incómoda:

la energía no se pierde de golpe; se filtra.

Lentamente. Años antes de que vos te des cuenta.

 

A veces empieza en el hígado, que trabaja más de lo que debería.

Otras veces en los riñones, que cargan más toxinas de las que descargan.

A veces en el sistema linfático, ese protagonista tímido que mueve la vida silenciosamente.

El cuerpo siempre avisa… pero lo hace en voz baja.

Y en nuestra época nadie escucha voces bajas.

 

“Tuca, ¿por qué me siento drenado si mis análisis están bien?”

Lo escucho seguido.

 

Porque hay cosas que los análisis no cuentan:

  1. la pérdida de minerales por estrés,
  2. la inflamación subclínica que no llega a ser enfermedad,
  3. el intestino lento que roba energías sin hacer escándalo,
  4. el sueño que parece descanso pero no repara nada.

 

Hay un término que Paracelso usaba para estos estados:

debilidad vital.

 

No es poético.

Es clínico.

El cuerpo está vivo, sí… pero la fuerza interna, la “chispa”, está reducida.

 

Entonces aparece la pregunta que realmente importa:

¿Qué hace recuperar la fuerza?

 

Y acá el cuerpo responde con una honestidad que asusta:

 

  • Dame minerales. Perdí muchos.
  • Dame menos azúcar. Me confunde.
  • Dame plantas que me drenen. Estoy cargado.
  • Dame horas de digestión tranquila. Estoy corriendo desde hace meses.
  • Dame una noche sin pantallas. Mis hormonas están mareadas.
  • Dame un poco de silencio. Tu cabeza hace más ruido que tus órganos.

 

No pide milagros, pide orden.

Y naturaleza.

La energía vuelve cuando el cuerpo se siente seguro.

Esa es la parte que casi nadie quiere escuchar.

  • No vuelve con café.
  • No vuelve con entusiasmo.
  • No vuelve con frases motivacionales.

 

Vuelve cuando:

  • la linfa fluye
  • el hígado respira
  • el intestino está liviano
  • el metabolismo deja de pelear
  • los microinflamatorios bajan

 

Y ahí sí: aparece esa sensación inconfundible de vitalidad.

No es euforia.

Es estar presente.

Habitar el cuerpo sin que pese.

 

Pequeños aliados del regreso

Cada tradición médica tiene su selección.

Yo tengo la mía:

 

  • ortiga, cuando el cuerpo necesita minerales
  • zarzaparrilla, cuando la sangre está “espesa”
  • palo azul, cuando la linfa pide ayuda
  • melisa, cuando la mente no descansa
  • centella, cuando no hay foco
  • harpago, cuando la inflamación se disfraza de cansancio

 

Y las mezclas que integran estos ejes —digestivo, linfático, metabólico— suelen marcar el antes y el después.

No existe un camino único para recuperar energía.

Pero sí existe una certeza:

El cuerpo vuelve a encenderse cuando dejás de exigirle y empezás a escucharlo.

Y esa, quizá, sea la medicina más antigua del mundo.


Tuca Hortelano

Naturópata.

 

Roberto Tuca Hortelano es naturópata clínico, investigador y divulgador apasionado de la medicina antigua y contemporánea. Combina mirada científica, práctica terapéutica y una curiosidad casi indomable por entender cómo dialogan el cuerpo, la mente y la naturaleza.

 

Generado y formado en fitoterapia, iridología, esclerología y medicina integrativa, bajo las premisas de Nat. Sergio Daniel Gutiérrez. Razona interpretando el organismo como un ecosistema vivo, dinámico y profundamente simbólico. Opta por bajar conceptos complejos a ejemplos cotidianos —porque la fisiología también cabe en una conversación de sobremesa— y usar la historia de la medicina para iluminar problemas actuales.

 

En Driadas escribe para acompañar, enseñar y, cada tanto, recordar que el cuerpo habla… incluso cuando uno finge que no lo escucha.

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