"Dosis sola facit venenum"

La dosis hace al veneno.

Todo es veneno, nada es veneno, la diferencia está en la dosis. Paracelso

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La oxidación en el cuerpo es un fenómeno tan inevitable como respirar. Cada vez que las células producen energía —ese pequeño milagro bioquímico que nos mantiene vivos— se forman subproductos llamados radicales libres. Son moléculas inestables, un poco “rebeldes”, que buscan electrones donde sea para estabilizarse. Esa búsqueda compulsiva puede dañar membranas celulares, proteínas, lípidos y hasta fragmentos del ADN.

En biología moderna se lo conoce como estrés oxidativo, y está implicado en procesos de envejecimiento celular, inflamación, fatiga profunda, deterioro ocular, daño vascular y un buen catálogo de desbalances metabólicos.

Acá es donde entran en escena los antioxidantes, esa suerte de “pacificadores moleculares”. Les entregan un electrón al radical libre sin desestabilizarse, lo que frena su acción dañina y permite que los tejidos sigan funcionando con armonía. El cuerpo produce algunos antioxidantes propios, pero la carga oxidativa de la vida actual —polución, estrés, dietas pobres en fitonutrientes, radiación UV, inflamación crónica— nos deja cortos. Necesitamos aliados externos.

Antioxidantes de la naturaleza: un arsenal verde, milenario y científico

Las plantas que componen este producto ofrecen una combinación que, vista desde el laboratorio o desde la tradición herbal, se comporta como un verdadero escudo antioxidante.

Té verde y matcha (Camellia sinensis).

Son famosos por sus catequinas, especialmente la EGCG, una de las moléculas antioxidantes más estudiadas del mundo. La literatura científica demuestra su capacidad para reducir estrés oxidativo sistémico, mejorar la salud vascular, modular inflamación y proteger estructuras celulares delicadas como el ADN. En la medicina tradicional china, el té verde se consideraba una bebida “refrescante del Qi”, que aclaraba la mente y preservaba la vitalidad.

Chlorella.

Las microalgas son pequeñas, pero concentran un repertorio antioxidante enorme: clorofila, carotenoides, vitamina E, vitamina C, minerales. Numerosos estudios demuestran su capacidad de disminuir marcadores de estrés oxidativo, favorecer la detoxificación de metales pesados que generan radicales libres y estabilizar membranas celulares. En Japón es tan apreciada que se utiliza desde mediados del siglo XX como suplemento regular para vitalidad y longevidad.

Zanahoria y kale.

Ambas son fuentes riquísimas de betacaroteno, un precursor de la vitamina A que protege epitelios, mucosas, retina y piel frente a oxidación lumínica y daño ambiental. También aportan luteína y zeaxantina, antioxidantes específicos para la visión. En la tradición europea, las zanahorias se usaban para fortalecer la vista y “revitalizar la sangre”; el kale era parte de las sopas invernales fortificantes.

Bayas de goji y grosellero negro.

Acá entran en juego los polifenoles, antocianinas y altas dosis de vitamina C. El grosellero es uno de los frutos más antioxidantes de Europa y aparece en tratados herbolarios del siglo XVI como restaurador del “fuego vital”. Las goji berries, a su vez, son utilizadas desde hace más de 2.000 años en la medicina tradicional china para fortalecer el hígado, nutrir la sangre y mejorar la claridad visual. Hoy sabemos que su riqueza en zeaxantina protege la retina de la oxidación inducida por luz azul y envejecimiento.

Vitamina C (ácido ascórbico).

Uno de los antioxidantes directos más estudiados de la historia. Reduce radicales libres en plasma, regenera vitamina E, protege colágeno y fortalece el sistema inmune. La ciencia reconoce su papel clave en la defensa frente a oxidación inflamatoria.

Ormus.

Pertenece más al campo de la mineralidad energética que a la bioquímica clásica, pero diversas tradiciones —desde el hermetismo hasta la alquimia espagírica— lo consideraban un fortalecedor del equilibrio interno. Modernamente se interpreta como un aporte de minerales traza que contribuyen al balance redox celular.

Cremor tártaro.

No es un antioxidante directo, pero ayuda a mantener un pH interno más armónico. Cuando el medio es excesivamente ácido, el estrés oxidativo aumenta. Su acción reguladora es útil como contexto y soporte.

Un puente entre tradición y ciencia

Lo interesante de este conjunto de plantas es que sus usos tradicionales como “fortalecedores”, “tonificantes”, “clarificadores de la sangre” o “protectores de la vista” encuentran hoy correlatos exactos en mecanismos antioxidantes demostrados por la ciencia moderna.

Lo que antes se explicaba con lenguaje vitalista —defensa, frescura, claridad, conservación de la energía interna— hoy podemos traducirlo como: reducción de radicales libres, estabilización celular, protección vascular, mejora mitocondrial, modulación inflamatoria.

Distintos caminos, mismo destino: proteger la integridad del cuerpo frente al desgaste.

Este producto reúne plantas que han sido estudiadas en modelos clínicos, bioquímicos y epidemiológicos, y a la vez respeta la sabiduría acumulada en tradiciones asiáticas y europeas que ya intuían, mucho antes de los microscopios, que estas plantas conservaban la vitalidad.